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"UN CUENTO CHINO"... Y ABURRIDO


Historia:  
“Un cuento chino” narra el encuentro fortuito entre Roberto Decesare (Ricardo Darín), un ferretero sin familia, de carácter huraño, maniático y de pocas palabras y Jun Quian (Huang Sheng Huang), un chino recién llegado de su país que deambula perdido por la ciudad de Buenos Aires en busca de su tío, el único pariente vivo que le queda. El argentino es un exmilitar de la guerra de las Malvinas que arrastra un pesado trauma producto del combate y que le ha convertido en un ser taciturno y solitario. El oriental ha aterrizado en el cono sur huyendo de un insólito y cómico-dramático accidente (la famosa vaca voladora) que le ha costado la vida a su novia. A partir del encuentro entre estas dos almas solitarias comienza una forzada y extraña convivencia entre ambos, pues Roberto no habla chino y Jun ni una palabra de español. 

Trama secundaria:
Mari (Muriel Santa Ana), una vecina que viene de vez en cuando a la ciudad desde el campo donde reside, está secretamente enamorada de Roberto. Se lo hace saber de mil maneras indirectas (y directas) pero el ferretero ha levantado una coraza emocional alrededor suyo que no deja entrar a nadie.

ESTRUCTURA

Detonante:
Jun Quian es expulsado de un taxi después de ser golpeado y atracado justo delante de donde Roberto se distrae mirando el aterrizaje de los aviones en el aeropuerto. Roberto es testigo de la agresión y decide socorrer al chino.

Objetivo:
Jun desea reunirse con el único familiar que le queda tras la muerte de su novia, un tío suyo emigrado hace años a alguna parte de Argentina. El chino no tiene dónde caerse muerto y Roberto le concede refugio hasta que el otro aparezca.

Primer punto de giro:
Roberto “abandona” a Jun en la embajada china puesto que no quiere saber nada más de él, no es su problema. Se marcha en su coche dejando al otro en la acera. De repente, detiene el vehículo, da marcha atrás y abre la puerta del copiloto para que Jun entre. Ha decidido darle cobijo provisional hasta que aparezca el tío emigrante y se haga cargo de él.

Segundo punto de giro:
Roberto “abandona” por enésima vez a Jun, aunque esta parece ser la definitiva ya que se ha cabreado mucho con él cuando destroza, involuntariamente, todos los recuerdos de la madre fallecida del ferretero (unas delicadas figuras de cristal). Sus destinos parecen haberse separado hasta que, otra vez fortuitamente, se vuelven a encontrar. Un policía que quiere saldar una cuenta pendiente con Roberto, le secuestra a punta de pistola y le lleva a un descampado para darle una paliza. Jun les ha visto y les sigue discretamente. Cuando el poli está a punto de rematar la faena, el chino le rompe un jarrón en la cabeza y rescata a Roberto, que una vez más le da cobijo en su casa.

Climax:
El tío perdido de Jun por fin aparece: llama por teléfono a casa de Roberto y habla con su sobrino. Vive en una zona remota de Argentina y, por supuesto, le invita a su casa y está dispuesto a acogerle. Al día siguiente, Roberto lleva a Jun al aeropuerto para que coja un avión. Se despiden con un leve apretón de manos. Por otra parte, Roberto también decide ir en busca de Mari, que ha regresado al campo, y la encuentra ordeñando una vaca.

COMENTARIO:

Para empezar, hay que decir que estamos ante la mil veces vista historia de dos personajes opuestos que se ven obligados a compartir la existencia durante un breve período de tiempo. O sea que, por el lado de la historia, la originalidad brilla por su ausencia. El guión, obra de Sebastián Boreztein, un reconocido autor de la televisión argentina, juega entonces la baza de la singularidad de los protagonistas, Roberto y Jun, que dan cuerpo a dos personajes muy peculiares: un ferretero cincuentón, introvertido, obsesivo y misógino, que colecciona recortes de periódicos con historias estrambóticas que le reafirman en el sinsentido de la vida (recuérdese que participó en una guerra absurda) y un chino veinteañero protagonista de una de ellas. En una coincidencia muy forzada, resulta que Roberto tiene el recorte de prensa donde se narra, precisamente, la muerte de una mujer china debido a la caída de una vaca desde un avión en pleno vuelo.
Con este planteamiento tan singular, los primeros quince minutos de la película consiguen atrapar al espectador, que se espera un devenir rico en peripecias divertidas. Pero, oh sorpresa, desde ese momento ocurre justamente lo contrario: el interés y la atención caen en picado. A partir de que Roberto se lleva a Jun a su casa, la historia se estanca y comienza a girar una y otra vez sobre sí misma en círculos concéntricos que no llevan a ningún sitio. ¿Cuál es el problema? Creo que el guionista comete varios errores de los llamados de bulto. El primero de ellos es el de desentenderse casi completamente del personaje chino para concentrarse en exclusiva en el de Roberto, que no tiene ninguna meta que cumplir en su vida, excepto la sobrevenida de desembarazarse cuanto antes de su huésped. Pero claro, no olvidemos, al fin y al cabo, que la estrella es Ricardo Darín y “Un cuento chino” está hecha para que le calce como un guante. El actor argentino, para mí uno de los más magnéticos que ha dado el cine en los últimos años, lo aprovecha y saca todo el partido posible al personaje, pero a costa de hundir irremisiblemente la trama principal. Si decíamos que el objetivo era encontrar al familiar del chino no tiene sentido que éste se inhiba por completo de su tarea. No hace prácticamente nada por perseguir lo que ha venido a buscar. Solo se limita a “estar” en casa de Roberto y realizar algunas pequeñas cosillas que éste le encarga (limpiar, tirar la basura, pintar unas paredes, ayudar en la ferretería, pasear por Buenos Aires, etc). Un personaje principal con una misión que cumplir, jamás debe ser pasivo, debe moverse, salir, preguntar, buscar. Esto es lo que da lugar a que sucedan múltiples peripecias y a que la historia se mueva hacia adelante, no en círculos como en este caso. Para peor, Roberto, que es el que debería verse arrastrado a un torbellino de situaciones insólitas siguiendo a Jun para así, indirectamente, poder romper el caparazón tras el que se protege del mundo exterior, tampoco se esfuerza mucho por ayudarle. Solo se limita aguantar una convivencia forzosa que se le hace cada vez más insoportable. Lo mismo que le ocurre al espectador. O sea, que el segundo acto (siempre el más difícil y problemático) no es más que una sucesión repetitiva de acontecimientos cotidianos mientras los personajes conviven tachando los 7 días de la semana a la espera de que otros (la embajada, un golpe de suerte) les solucionen sus problemas. No se dan cuenta, el guionista el primero, de que son ellos mismos los que deben salir al ruedo para tratar de coger el toro de su destino por los cuernos.
Otro de los errores para mí más claros, está en el comienzo de la película. No había ninguna necesidad de empezar la historia con el accidente (algo poco creíble a pesar de estar basado en hechos reales, tal vez por la forma de rodarlo) de la vaca en el lago chino. ¿Qué sentido tiene? El único que se me ocurre es el interés por colocar algo impactante al principio, pero esa escena perjudica enormemente, por no decir que mata, la sorpresa final antes del clímax de que Roberto está frente al protagonista real de una de esas historias absurdas que tanto le gusta coleccionar. La película debería comenzar directamente con Roberto contando meticulosamente los clavos en el mostrador y eso era algo fácilmente solucionable en la sala de montaje. De esta forma, la traducción del repartidor de comida china sobre el relato del pasado de Jun (ilustrado ahora sí con flashbacks del accidente) crecería enormemente en intensidad: el espectador se enteraría al mismo tiempo que el ferretero y tomaría conciencia de que la soledad se sufre igual en todas partes, por más remotas que sean.
“Un cuento chino” se olvida de algo que jamás debe pasar por alto un buen guión: el objetivo principal de los protagonistas es irrenunciable, so pena de caer en el aburrimiento. Por eso, la película se hace lenta, pesada y larguísima, cuando solo dura 90 minutos! 

Pero tampoco va a ser todo malo. La película no es un bodrio, ni mucho menos. Habría que destacar la buena construcción de los personajes, muy definidos y reconocibles, la utilización de imágenes significativas para resaltar sus características (el despertador que a las 23hs. señala siempre la hora de apagar la luz, el avioncito colgando del retrovisor del coche de Roberto, la vaca como símbolo de las dos historias) o la comicidad de los flashbacks. Mención aparte es la labor interpretativa de Ricardo Darín, brillante como siempre.
En definitiva, yo diría que “Un cuento chino” es una propuesta con un muy buen planteamiento pero con resultados fallidos.
P/d: Creo que voy a usar mucho esta última frase en el blog.

CALIFICACIÓN: 6/10 (seis sobre 10)

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